
— ¿Qué lo motivó a escribir este nuevo libro?
— Desde el concierto Papirri Sinfónico de octubre de 2018 es que ando con la persecuta de la tradición escrita. Es como luchar contra el olvido, contra la muerte. Mis canciones son parte de la tradición oral. Si bien tengo conocimientos de escritura musical, mis canciones no parten de la partitura. Transcribirlas fue un duro ejercicio y —como digo en el prólogo de este libro de canciones— me he dado cuenta que ellas me sacan la lengua y dicen “mira lo que has escrito, un compás binario, seguido de un ternario, ¿no te diste cuenta?” Por otro lado, el poner mis letras en orden, peinarlas bonito, como novia de pueblo, que crean que son poemas, fue emocionante. Es posible que los músicos se interesen y utilicen el libro para su autoformación.
— ¿Cómo eligió las canciones que son parte de la obra?
— Este libro es básicamente una recopilación de canciones fundamentales. Está dividido en cuatro capítulos, uno por década, y no fue fácil escogerlas. La verdad, algunas se quedaron fuera injustamente. De unas 200 composiciones tuvimos que seleccionar 40, y se eligieron sobre todo por la importancia de las letras. Quería resaltarlas, fue el factor determinarte, aunque también tuvo que ver la popularidad.
Lo redondeamos así, para que queden más o menos 10 piezas por década. Buscamos las mejores de los ochenta, de los noventa y así se fue formando la lista. Me dio mucha pena que no entren un par como El Contreras o Ya tengo demás. Pero como teníamos un límite de páginas, 140, ya no las incluimos.
— ¿Cómo surgió la iniciativa de invitar a otros a escribir sobre su carrera musical?
— En pleno proceso de transcripción, se me ocurrió esta idea. Me pareció interesante escuchar las voces de colegas y escritores sobre lo que había compuesto. Así que le escribí a mi amigo, el poeta chuquisaqueño Álex Aillón. Fue él quien mandó el primer texto y me sugirió 10 personas más. Luego se fueron plegando. Muchos de ellos me hicieron llorar de emoción.
El libro trae la presentación en contratapa del poeta Gabriel Chavez, luego escriben Matilde Cazasola, Alex Aillon, Sergio de la Zerda, Mauricio Segales, Omar Rocha, Marcela Arauz, Claudia Peña, Estela Rivera, Chelo Arias, Alvaro Montenegro, Fernando Molina, Raúl Peñaranda, Xavier Jordán, José Carlos Auza, Mauricio Canedo, Katherine Gallardo, Ricardo Bajo, Leonardo de la Torre, Nico Suarez, Andrés Palacios, Willy Camacho, Javier Parrado, Vadik Barrón y Weimar Arancibia. Además trae ilustraciones muy hermosas de Alejandro Arxondo y Alejandro Salazar y fotos antiguas y nuevas.
— ¿Cuáles son las diferencias y/o similitudes entre producir un disco y escribir un libro?
— La experiencia que tengo escribiendo son las crónicas que voy sacando, alguna vez semanal, ahora quincenalmente para algunos periódicos. Esos escritos se acumulan y van generando libros. No soy un escritor, soy un escribidor, un cuentacantos. Nunca pensé que iba a sacar cuatro publicaciones.
El proceso de escritura de 40 años de canciones fue muy moroso, la transcripción tardó bastante. Hablaba con mi amiga Matilde Cazasola y me dijo que ella demoró dos años en hacer algo similar. Lo hemos logrado gracias a los transcriptores que han sido Manuel Rocha, Nicolás Suarez y Javier Parrado.
— ¿Cuál es la mayor influencia de su escritura?
— Empecé a escribir canciones desde 1978. Soy un tipo de barrio, de Sopocachi, en La Paz y todas esas experiencias me ayudaron a gestar un lenguaje. Cuando empecé era una cosa muy rara lo que yo hacía. Por un lado se imitaba a la nueva trova, que era lo que estaba de moda, o el rock en inglés. Y yo salí con cosas extrañas, pensando en que mis primeras canciones ya nombraban a personajes de La Paz, recuperaba el lenguaje urbano, e incluí palabras en aymara también. Era muy inusual en la época. Así se fue gestando un lenguaje personal, en canciones y textos, a lo largo de estos años. Por eso es que el libro está dedicado a la ciudad de La Paz, territorio vital que ha inspirado la mayoría de estas canciones.